Encuentro Mes de Junio
Testamento espiritual del Prior de Tibhirine
Padre Christian de Chergé
"Si me sucediera un día -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que parece querer involucrar ahora a todos los extranjeros que viven en Argelia, desearía que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que oraran por mí: ¿cómo podría ser hallado digno de tal ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a tantas otras igualmente violentas, relegadas a la indiferencia del anonimato.
Mi vida no tiene más valor que otra. Tampoco menos. En cualquier caso, carece de la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saberme cómplice del mal que, lamentablemente, parece prevalecer en el mundo, y también de aquel que podría golpearme ciegamente.
Llegado el momento, querría tener ese instante de lucidez que me permitiera solicitar el perdón de Dios y el de mis hermanos en la humanidad, y al mismo tiempo perdonar de todo corazón a quien me hubiera golpeado. No podría desear una muerte semejante. Me parece importante declararlo. De hecho, no veo cómo podría alegrarme de que este pueblo al que amo fuera acusado indistintamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que, tal vez, llamarán la «gracia del martirio» debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice actuar por fidelidad a lo que él cree que es el islam. Conozco el desprecio con el que se ha llegado a rodear a los argelinos globalmente considerados. Conozco igualmente las caricaturas del islam que alienta cierto islamismo. Es demasiado fácil tranquilizar la conciencia identificando esta vía religiosa con los integrismos de sus extremistas.
Argelia y el islam, para mí, son otra cosa: son un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, según lo que he recibido de ellos concretamente, encontrando ahí con mucha frecuencia el hilo conductor del Evangelio que aprendí en las rodillas de mi madre, mi más temprana Iglesia, precisamente en Argelia y, ya entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Evidentemente mi muerte parecerá dar la razón a los que me han tratado a la ligera como ingenuo o idealista: «¡Que diga ahora lo que piensa!». Pero aquellos deben saber que por fin se liberará mi curiosidad más punzante. He aquí que, si Dios así lo quiere, podré sumergir mi mirada en la del Padre, para contemplar con él a sus hijos del islam como él los ve, totalmente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de su pasión, in-vestidos del don del Espíritu, cuyo gozo secreto siempre será establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido toda entera para ese gozo, a través y a pesar de todo. En este gracias, en el que está todo dicho ya de mi vida, ciertamente os incluyo a vosotros, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y a mi padre, mis hermanas y mis hermanos, y a los suyos ¡el céntuplo acordado, como se prometió! Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí: también para ti quiero este gracias y este «a-Dios» por ti previsto. Y que se nos conceda reencontrarnos, ladrones felices, en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. Amén. Insh’allah.
Ana Maria
ResponderBorrarMi reflexión se centró en “el miedo” como momento de vacilación, “no dejar la misión pero a la par temor a perder la vida”, duda frente a lo desconocido, no saber lo que sucederá.
El miedo es algo cotidiano y muy humano. Algo que nos suele ocurrir y “agarrar”. Todos sufrimos esta realidad, por más fe, convicción y opción fundamental que hayamos hecho, hay una parte del corazón que teme, que tiene miedo, que guarda algún resquicio de temor.
El miedo y el temor además de ser terriblemente humanos son también terriblemente entendibles.
Esto nos muestra que quizás no seamos libres de sentir o no sentir temor, pero sí de hacer un uso responsable de nuestra libre voluntad y tomar decisiones asumiendo riesgos, renunciando a nuestra zona de confort para que no se convierta en excusa para escatimar la vida y no arriesgarla.
Los monjes dieron ejemplo de asumir riesgos, por haber entregado por amor y libremente la vida a Dios.
El prior del monasterio Cristian expresa “Quisiera que mi comunidad, iglesia y familia, recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país Angola”.
En el evangelio de mateo 1,26 -31, en tres momentos Jesús proclama que no tengamos miedo:
No temer a los hombres;
no temer a los que matan la vida;
no temer que Dios deje de amarnos.
Hay una gran insistencia de Jesús “¡No tengan miedo!”
En estos duros momentos que estamos atravesando, refrescar nuestros corazones ¡No tengan miedo! tranquilizan y fortalecen nuestra vida, abrazando a Jesús y pidiéndole que no permita que nunca nos separemos de Él.